SAQUEO O ROBO DE LOS ROJIZOS
Los tres, mis dos abuelos y yo estábamos llorando
cuando llegó el Tuerto con sus barbudos
rojos cargados de sacos vacíos.-
Venimos a llevarnos grano para el Economato, fueron las palabras del
jefe rojo a su llegada.- Se hizo un
sepulcral silencio, hasta la alterada respiración de aquellos sinvergüenzas
barbudos se podía escuchar.- Mi abuelo
llevaba rato con los puños apretados y estaba rojo de ira, yo cogido a su brazo
y encogido de miedo porque consideraba que los acontecimientos que se iban a
dar eran muy violentos.- Los rojos habían demostrado en todos sus
actos la falta de piedad, de solidaridad, de conciencia y el afán de destrucción
económico, sentimental y social.- Se
hizo un silencio embarazoso.-
Mi abuela, una
mujer de armas tomar, con su uno noventa de estatura y músculos en tención, se
plantó delante del Tuerto, temblando de ira, tendrás que pasar por encima de mi
cadáver, vago sinvergüenza, como nunca has sido capaz de ganarlo vienes a robarlo
el esfuerzo de todo un año, de trabajos, sudores, lágrimas y esperanzas: el pan de mi familia, de nosotros.- Mi abuelo hecho una furia, echaba lumbre,
odio por sus ojos ensangrentados, semiencogido hasta el punto de que su uno
ochenta de estatura quedó reducido, se asemejaba a un puma a punto de saltar
sobre su presa.- Yo temblaba como una
hoja de mimbre, apretando su brazo a ver si conseguía detenerlo.- La media docena de barbudos forasteros, salvo
el Bichica y el Tuerto, armados de escopetas robadas y pistolones daban miedo.-
De pronto el puma, mi
abuelo, se me escapo del brazo lanzado como un rayo y cogiendo un palo de la
leñera que teníamos a los pies, le descargó sus ochenta y tantos kilos de peso
al Tuerto acompañados de un buen trozo de olivo, el Tuerto se desmoronó como un
azucarillo y cayó a los pies de mi abuelo.-
En principio hubo un tremendo silencio y los esbirros rojos se
apresuraron a levantar a aquel Satanás del suelo, sangrando de una herida en la
cabeza.- El silencio se rompió cuando
el Tuerto tomó nuevamente la palabra:
¡matarlo, matarlo, matarlo¡, gritaba entre exclamaciones
dolorosas.- Mi abuela, convertida en una
auténtica pantera, se cuadro delante de aquellos diablos que blandían
escopetas.-
Mi abuelo aprovechó aquel
grito de la abuela y se metió en la cuadra de la mula, cerrando por dentro y
echando el cerrojo.- los escopeteros se
lanzaron sobre la puerta a empujones todos en masa para derribarla, pero no lo
consiguieron.- El Tuerto gritaba: disparad
a la cerradura y lo traéis muerto.- El
equipo rojo dispararon al menos media docena de tiros a la cerradura de la
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